martes, 4 de abril de 2017

ASIENTO ASHANTI

Para los pueblo Akan en general y el Ashanti en particular, este tipo de asiento desempeña un importante papel en la sociedad, en gran parte debido a su carácter sagrado, que lo convierte en el centro de múltiples rituales.
Los Ashanti creen que un taburete alberga el alma de su dueño, idea que justifica la expresión, muy común en este pueblo, de "no hay secretos entre un hombre y su asiento" y explica además, la proliferación de estos objetos, cuya fabricación constituye una autentica especialidad en el trabajo de la madera. El tallista, antes de iniciar su obra, ofrece una oración al espíritu del árbol que le ha proporcionado la materia prima y a sus herramientas; posteriormente, procede a la talla del taburete a partir de una sola pieza de madera.
 Se han constatado hasta treinta prototipos de asientos, cada uno con un nombre específico ligado a una idea y función particulares. Sin embargo, todos compartes bases planas y partes superiores curvas, de manera que la diferencia entre unos y otros radica en la decoración de las estructura sustentables del centro, que a menudo posee un significado simbólico. este valor que la tradición ashanti otorga a los taburetes puede advertirse en todos los niveles de la sociedad, desde el más elevado hasta el más mundano.



Así, en la cúspide de la pirámide social, religiosa y artística se sitúa el "Asiento de Oro", considerado como el símbolo sagrado por anotomasia. La leyenda dice que, hecho de oro macizo, cayó del cielo durante una tormenta en torno al año 1700, justo sobre las rodillas del gran rey Osei Tutu, fundador del reino Ashanti. Desde entonces se transmite por línea real como emblema del Estado, morada del alma colectiva del pueblo Ashanti y garantía de salud, prosperidad y bienestar. Adema´s se ha convertido en el altar donde se ofrecen sacrificios a los dioses y se realiza todo contacto con el mundo sobre natural. El Asantehene sólo exhibe este asiento en los festivales y ceremonias más importantes y no se permite que uno y otro rocen el suelo, razón por la cual el preciado taburete siempre aparece sobre una piel o un pedestal y nunca se utiliza para sentarse; simplemente se expone al público tras ser limpiado y manchado otra vez con nueva sangre de sacrificio. La importancia sagrada y simbólica de este objeto es tan grande, que la tradición ashanti relata una guerra contra un rey de laguna región de Costa de Marfil, llamado Adinkra, que osó hacer una copia del asiento de oro. Tras la derrota y muerte del atrevido monarca, los orfebres ashanti fundieron la pieza falsa y la transformaron en dos máscaras retrato del soberano fallecido, que fueron colgadas, en posición invertida, a ambos lados del trono del asantethene.



El siguiente asiento en la jerarquía ashanti es el denominado Adamu Dwa o "taburete ceremonial", que constituye el emblema de la jefatura de este pueblo en todos los niveles de su sistema político centralizado. Cada jefe ashanti tiene su propio Adamu Dwa, símbolo de la unidad de su estado y de su autoridad.


Estos asientos pueden estar adornados con incrustaciones de oro o plata, amuletos y campanas. Tras la muerte del dueño, el taburete, considerado como la morada de su alma, es guardado en un santuario junto a otras reliquias venerables del culto de los antepasados. Allí, todos los Adamu Dwa son ennegrecidos con humo y se cree que las almas del jefe fallecido y sus antecesores continúan viviendo en estos taburetes negros, protegidos por un guardián, que realiza libaciones y ofrendas de comida periódicas. 
Finalmente, el asiento inferior en valoración ashanti, de carácter doméstico y uso común, es el conocido como Nsebe Gwa o "taburete amuleto". Su talla es menos elaborada que la típica de Adamu dwa. Constituye el primer regalo de un padre a su hijo y en ocasiones es presentado a los miembros de una familia como expresión de solidaridad. Con frecuencia se utiliza como objeto de mobiliario. En tal caso se dice que, cuando el dueño no está sentado en su taburete, éste debe ser volcada hacia un lado, de manera que ningún espíritu maligno pueda ocupar su puesto.